Los actos humanos son actos morales, porque expresan y deciden la bondad o malicia del hombre mismo que realiza esos actos. Éstos no producen sólo un cambio en el estado de cosas externas al hombre, sino que, en cuanto decisiones deliberadas, califican moralmente a la persona misma que los realiza y determinan su profunda fisonomía espiritual, como pone de relieve, de modo sugestivo, san Gregorio Niseno: «Todos los seres sujetos al devenir no permanecen idénticos a sí mismos, sino que pasan continuamente de un estado a otro mediante un cambio que se traduce siempre en bien o en mal... Así pues, ser sujeto sometido a cambio es nacer continuamente... Pero aquí el nacimiento no se produce por una intervención ajena, como es el caso de los seres corpóreos... sino que es el resultado de una decisión libre y, así, nosotros somos en cierto modo nuestros mismos progenitores, creándonos como queremos y, con nuestra elección, dándonos la forma que queremos»
Educar es un acto humano de mejora.
Podríamos partir del análisis de lo que signifique acto humano o del análisis de lo que signifique esa mejora. Sin embargo, parece previsible que si analizamos lo significado por la mejora, es seguro que toparemos muy pronto con aquél que mejora y se mejora. Por consiguiente, es más razonable partir del acto humano. Pero aún esto nos plantea el problema de que el acto se encuentra especificado por lo humano.
Por lo cual, hemos de iniciar planteándonos qué sea lo humano.De esta manera se muestra en todo su peso la concepción del hombre como principio supremo para entender el acto educativo en toda su extensión y profundidad. Ahora bien, el estudio de lo humano es precisamente el objeto de estudio de la Antropología Filosófica. Por lo tanto, quien desee penetrar la profundidad del acto educativo deberá iniciar por un estudio sobre la naturaleza humana; esto es, por un estudio de Antropología Filosófica.
jueves, 22 de noviembre de 2007
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